sábado, junio 17, 2017

FELIPE VI EN LAS VENTAS

El himno -y de rebote el monarca también- se llevan silbidos en las finales futbolísticas, y les dedican en cambio ovación cerrada en los cosos taurinos, como habrá ocurrido ahora en las Ventas, con ocasión de la corrida de la Beneficencia (con lleno hasta la bandera) ¿Mera trivialidad? No lo creo. Mas bien un vestigio de esa Francia española -”France espagnole”- que vino a encarnar la Monarquía absoluta, vencedora de la España imperial (y católica) al precio de deber hispanizarse sobremanera (...) Y confieso que esa “taurofilia” proclamada sin complejos me reconcilia un poco (más) con los Borbones. Para lo que me habrá sido también precisa mi propia catarsis taurina tras muchísimos años de alejamiento de la fiesta, y de estancia por cima de los Pirineos (...)
Es normal, se estaría atentado de decir así a primera vista. Los toros son hispanos, el fútbol en cambio, como su nombre indica, es creación inglesa, lógico y normal pues que se pite el himno y -de rebote- al monarca en el Vicente Calderón y se les vitoree y aplauda en cambio en las Ventas. Los toros me reconcilian un poco (más) con los Borbones, para lo que me habrá sido también precisa mi propia catarsis taurina tras tantos años de oprobio anti-taurino que tuve que soportar impávido -aunque no siempre- durante mi larga estancia por cima de los Pirineos.

Y fue en compañía de mi propio hijo -nacido y crecido fuera de España que apreció el espectáculo-, el pasado año en un tarde de sol y de quirófanos (dos cogidas graves) y de pinchazos (...) -y media entrada- en el coso de las Ventas. Era mi segundo acto de presencia en una plaza de toros, tras una primera vez muy joven en la plaza de un (bello) pueblo de la vertiente segoviana de la sierra madrileña de los veraneos de antes, que me alejó -y me indispuso también un poco- de la fiesta durante décadas. Sin duda por mala suerte, porque aquella corrida de pueblo, de lo que recuerdo debió ser de esas de las que tiene que acudir la Guardia Civil para acabar la faena o casi, así se me quedo grabada desde luego hasta hoy en lo vagos recuerdos que aún guardo de aquello.

Y además, lo mismo que la catedral histórica del fútbol lo fue o dicen que lo fue San Mamés de los tiempos/benditos cuando el Pais vasco estaba puesto a la hora inglesa -a principios del siglo XX-, la sede/primada de la tauromaquia española se la disputan de antiguo las Ventas y la Maestranza de Sevilla (o creo que siga siendo así así sin querer enmendar la plana a los entendidos de manera alguna) Y era lógico que mi catarsis taurina después de tantos años de apartamiento -mea culpa mea culpa mea máxima culpa- se diera en la principal plaza de toros madrileña.
“Pelea de gallos en Flandes”, del pintor belga Remy Cogghe (1854-1935) que vivió a caballo entre Bélgica y el Norte de Francia (como tantos belgas y franceses de esas zonas de frontera) Las peleas de gallos son una vieja tradición de los antiguos Países Bajos, que sobrevivió en la parte Sur bajo dominación española tras la firma de la Paz de Westfalia. Suprimidas -y perseguidas- en el estado belga independiente, subsisten -de forma semiclandestina- en ciertas regiones rurales, particularmente en zona flamenca. La Flandes francesa fronteriza con Bélgica disfruta de un estatuto especial en la materia en virtud de un decreto de tolerancia firmado por el General De Gaulle, al unísono con otro autorizando las corridas en el Sureste francés. Y se cuenta que en el momento de la firma, el jefe de estado francés con ese humor caústico tan inconfundible de nuestros vecinos habría comentado: “si tienen que acabar en la cazuela habrá que darles muerte primero, digo yo” Genio y figura el general De Gaulle. Y un atavismo el suyo remontándose a “la France espagnole”
Una postura taurófila, la mía, que respeta -sin duda por la cantidad de años que llevo residiendo entre belgas – la sensibilidad mayoritaria en el tema por estas tierras, sin permitir no bastante criminalizaciones del género o signo que sean. E incluso también una sensibilidad disidente particularmente presente en ciertas regiones españoles. Y sin querer hacerlo ex profeso todos se habrán dado ya cuenta que estoy refiriéndome a Cataluña. Aquí ya di cuenta de un debate que me opuso en febrero del año pasado durante un presentación de mis libros en Barcelona, con amigos catalanes, del genero “identitarios” y “europeos”, que exagerando un poco diría que estuvo a punto de encallar en el tema taurino.

No dejé de reflexionar en ello desde entonces por supuesto, lo que no hizo mas que reafirmarme en las impresiones de las que hice participes a mis amigos catalanes. Europa no es solo la Europa nórdica, y no tienen mas vocación europea los pueblos del Norte de Europa que los de la vertiente mediterránea. Y es que por mucho que se empeñen su detractores no se puede negar que la tauromaquia sea una tradición genuinamente europea. Como lo ilustra el verse proscrita en la religión islámica. Lo que no viene mas que a abundar en sus prístinos orígenes históricos, los de un arte marcial -a caballo- de los tiempos de la Reconquista. Y ese detalle tan poco recordado por estudios e historiadores de la fiesta taurina le otorga de por sí solo sus cartas de nobleza y su legitimidad en un plano histórico. Dije al principio que la sensibilidad mayoritaria entre belgas es anti-taurina, aunque me corrijo, porque no estoy tan seguro.

Y me entraron las dudas por vez primera con ocasión de la edición de la feria del libro de Bruselas del 2012- dedicada a España- que di cabida contra lo que cabía esperar a un debate  en torno a la fiesta tuarina animado por el escritor español Fernando Savater -luciendo orondo y satisfecho una corbata estampada de toros de lidia (faltaría) -, y un locutor estrella de la radio televisión belga, Eddy Caekelberghs, una figura notoriamente izquierdista, que a mi gran sorpresa dio en el debate muestras indiscutibles de empatía con las sensibilidad (abrumadoramente) mayoritaria entre españoles en la materia.

Curiosamente, en mi primera visita a las Ventas hace unos años en compañía igualmente de mi hijo -en balde al final, porque la corrida fue cancelada in extremis a causa de la lluvia-, coincidimos en la cola de las taquillas con algunos jóvenes turistas, precisamente belgas flamencos. ¿Pura coincidencia? No lo creo. Más bien el resurgir de algo anclado hondo en la memoria colectiva de los habitantes de estas tierras. Como las peleas de gallos (...)

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