martes, julio 04, 2017

RUSIA ENTRE DOS ZARES

Instantánea de la Primera Guerra mundial en el frente ruso. Frente al zar Nicolás II, el General Michail Alekseiev, jefe del alto estado mayor de los ejércitos del Zar en el momento de precipitarse los acontecimientos que llevaron a la revolución de Octubre. Fue el quien exigió la abdicación del zar y se la acepto él mismo, en persona. Al contrario que en espana durante la guerra civil, el antiguo orden social de la Rusia de los zares se desplomó -como una consecuencia fatal de la derrota rusa en la primera guerra mundial- en las semanas que precedieron a las jornadas de Octubre del 17 (noviembre en el calendario juliano) Y nadie o casi nadie pareció derramar una lágrima por el zar en el momento de su abdicación. Ni siquiera los jefes de los ejércitos blancos se proclamaron abiertamente -con alguna excepción tal vez- a favor de la restauración monarquía. La iglesia Ortodoxa rusa parece ahora no obstante decidida a reescribir la historia. Memoria laberíntica y procelosa. La de Bizancio. Y también la del Patriarcado de Moscú ( la Segunda Bizancio y Tercera Roma) Respetable pro tantos y tantos conceptos -como ya lo tenemos aquí manifestado-, pero de la que nos parecen completamente ajenas las canonizaciones, y también las maldiciones y también los anatemas
Una película anunciada desde hace meses y aun sin estrenar -hasta el próximo mes de octubre, centenario de la revolución- sobre el ultimo zar desata las pasiones en la Rusia ex-soviética. Y un clérigo ortodoxo de la mayor relevancia -anteriormente portavoz de la iglesia ortodoxa rusa -la de obediencia al patriarcado de Moscú, cabe presumir que se trate- acaba de lanzar una especie de maldición y de anatema a la vez declarando que si el filme se llega a estrenar, Rusia perecerá. Punto.

¿Y por qué esa efervescencia y ese desasosiego? ¿Acaso se profana en ese filme la memoria del último zar? Para al iglesia ortodoxa parece que si, porque lo que en ese film viene a sacarse a relucir es la relación amorosa del zar Nicolás II antes de ascender al trono con una celebra bailarina de origen polaco de la Opera de San Petersburgo, de antes de contraer matrimonio con la que sería su mujer y que seria proclamada zarina (de todas las Rusias), Alejandra Fedorovna.

Y en el film que se anuncia ahora, esa circunstancia todo menos trivial se ve bien puesta de relieve, con lo que la imagen edificante -de esposo fiel- del último zar no sufre desdoro o menoscabo o mancilla de ningún tipo. No importa la simple recordación de ese aspecto mundano y amoroso de Nicolás II se merece la acusación y condena por blasfemia (sic) de parte de la iglesia rusa y de la Casa Imperial. Algo que nos mueve fatalmente a reflexión, para comenzar, como españoles.


Los Romanov la dinastía de ese nombre y el último de sus representantes, Nicolás II, nos pillan un poco lejos a los españoles, hay que reconocerlo. En el tiempo como en el espacio. La revolución de Octubre que puso fin a la monarquía (imperial) fue sin duda una gran tragedia de dimensiones cósmicas por su alcance y sus efectos a corto y a largo pazo. Una gran fatalidad de la historia europa e y universal, que dividió a los españoles hasta el punto que por culpa mayormente de aquella acabaron enfrentándose en la guerra civil del 36. Los unos a favor de los rojos, léase los bocheviques de la RevOlucion rusa, los otros encontra de aquellos, léase de lso boehviques, pero sin definirse tampoco sin revindicar -de forma abierta o explicita al menos- la memoria de los ejércitos blancos de la guerra civil.

Hubo una intervención ruso/blanca en el bando nacional es cierto, mayormente de lado de los requetés, y sin ser anecdótica como no lo fue, sino cargado de significado (por minoritaria que fuera), tampoco pude decirse que la figura del ultimo zar y de la familia real rusa se vieran objeto de autentica rehabilitación entre españoles, ni antes ni después de terminada la guerra civil. ¿Más papistas que el papa?

El proverbio procede, por lo oportuno, si se tiene en cuenta la obra que aquí ya comenté de Dominique Venner sobre la revolución de Octubre y la guerra civil rusa que se siguió, profusamente documentada y que nos merece autoridad por tantos conceptos -sobradamente conocidos aquí de algunos-, y sin duda a la vez discutible o sometida a caución en algunos puntos, en al medida aunque solo fuera de tratarse de un autor extranjero y como tal alejado en principio de la historia y de la memoria colectiva del pueblo ruso.

En esa obra se pone de manifiesto, es cierto, la falta de adhesión de la que se vio rodeado Nicolás II en el momento de la abdicación de aquél, forzada (no se olvide) por las mas altas jerarquías militares, representadas en la persona del jefe del alto estado mayor, el general Alekseiev que exigió y aceptó -en persona- la abdicación del soberano en las semanas que inmediatamente precedieron la jornadas de Octubre (noviembre en el calendario juliano) Curiosamente Aleskeiev iba a asumir el mando la reacción anti-bolchevique en sus inicios, mayormente de los cosacos insurrectos del Volga, que vendrían a ser embrión del primero de los ejércitos blancos de la guerra civil.

Y de todos los demás generales y jefes de los ejércitos blancos anti-bolcheviques, unicamente Wrangel, que acabaría sus días en el exilio, en Bruselas, arrastraba una tradición monárquica, aunque nunca -por lo menos hasta el final de la guerra civil- se manifestó abiertamente en favor de la restauración de la monarquía. Y uno de su figuras más destacadas de entre los generales blancos, Denikhine, hacia profesión incluso de republicano. La polémica histórica -e ideológica- se complica no obstante, y se Agrava y se ve envenenada -y emponzoñada- a la vez por la sacralización de la que la figura del Zar,se ve objeto en la Rusia actua,o que alcanzaría un “memento” de la mayor trascendencia con la canonización en el 2000 de Nicolás II.

Algo perfectamente respetable, pero a lo que nos sentimos ligados en absoluto, ni nos merece fuerza vinculante alguno en el plano ideológico o espiritual, ni siquiera en el de la memoria. Como españoles, y por ser partidarios -como aquí ya lo tengo proclamando sin ambages- de una nueva laicidad, que corrija los errores del laicismo (republicano) heredado de la Revolución francesa, que la revolución bolchevique haría suya (no se olvide) Lo que abona además la propia trayectoria del autor de estas lineas. “No salí de una iglesia para entrar en otra”, me decía yo para mis adentros en los tiempos en los que me vi en la tesitura de aceptar -y de tener que rechazar- el desafío que me planteaba el integrismo islámico -como aquí ya lo expliqué sobradamente- en los planos ideológico y espiritual (y no sólo)

No soy sospechoso de parcialidad además: durante el pontificado de Juan Pablo II, y en particular tras la caída de Michail Gorbachev y el desmantelamiento de la Unión Soviética tomé claramente partido por el patriarcado de Moscú en la polémica que mantuvieron con el papa polaco, sin desdecirme nunca en mis posturas. Y es que me insurgí desde el primer momento contra la hipocresía de querer echarles el muerto de la colaboración con la régimen soviético a la iglesia ortodoxa cuando a la iglesia católica y en particular la iglesia poca no estaba libre e culpa en modo alguno, a la hora de ponerse a tirar la piedra a quien fuese en la materia.

Pienso además que la polémica que habrá provocado el anuncio de esa película debe reducirse a sus justos límites -sin duda muy modestos yu reducidos-, y no creo que quepa hacerla extensiva al conjunto de la sociedad rusa y de la opinión pública en la Rusia actual, ni mucho menos. Detalle revelador, Vladimir Putin -divorciado (nota bene) a pesar de erigirse sin falta en defensor de la iglesia y de la religión-, habrá declarado que no se pondrá al estreno del filme por el que viene a hora el escándalo en la Rusia pos-Soviética, que parece seguir oscilando entre dos memorias antagónicas, la del zar bueno -y mártir- y la del zar rojo, el padrecito de los pueblos, que se aprendió a todas luces bien la lección del fracaso de la república española.

“Hirieron el sentimiento patriótico y religioso de los españoles, así sentenciaría Stalin, con ocasión de los procesos de Moscú que daría cuenta de la practica totalidad de los comisarios soviéticos presente en España durante la guerra en zona roja. Memoria de Bizancio laberíntica y procelosa. Lo que cabe hacer extensivo a Moscú, la Segunda Bizancio y Tercera Roma. He dicho (y no me desdigo. Aunque la iglesia ortodoxa rusa me fulmine de sus anatemas, y canonizaciones. Y de sus interdictos morales (de signo judeocristiano)

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