lunes, diciembre 11, 2017

JOHNNY O LA ESPAÑA FELIZ DE LOS SESENTA

Johny y Sylvie, la pareja emblemática de cuando yo era (muy) joven. Él, criatura inmortal del show business marca USA (y del orden o la paz de Yalta y de tantas otras cosas)… Ella –madre de su único hijo-, icono erótico (rubio y todo de blanco) (..) del conjunto de una generación de españoles que fue la mía propia Y rostro y voz irremplazables los dos de un mundo que se fue, el de de una España feliz, de los sesenta, a la que entiendo seguir siendo fiel (por siempre) en la memoria

Johnny ha muerto. “¡No, no es posible! dan ganas de exclamar, de repetir la humorada, con la foto de uno de los fanes presa de consternación en la mirada, llegándole la noticia mucho tiempo después, entonces (hace unos diez años apenas) (…) que llenaba las calles se Bruselas por cuenta de Elvis Presley otro idolo del show business como él y más que él todavía. El deporte no es sólo deporte ya lo tengo aquí repetido dejándolo sentado (y por escrito) no sé cuantas veces- y del mundo de la canción (y del espectáculo) se puede decir lo mismo o más incluso todavía. Confieso que no tenía intención ninguna de dedicarle articulo o necrológica alguna, porque (lo confieso también) el fenómeno que Johny Halliday venía a encarnar aquí me dejó siempre bastante perplejo (y frío). Un nombre, una cara de los sesenta ya tan lejanos, no más que eso, sí, así lo pensé mucho tiempo pero los largos años que llevo aquí residiendo me rindieron la evidencia que para los belgas era –y sigue siendo- mucho más que eso todavía. Y lo mismo se podrí hacer extensivo de por cima de los Pirineos.

Como lo ilustra tan cegadoramente el duelo/nacional decretado en Francia por el presidente de la república en honor del cantante franco/belga –que había pedido el voto para él no obstante en las recientes elecciones presidenciales francesas, no se olvide) , y la manifestación (grandiosa) de duelo que habrán resultado sus exequias. Particularmente ilustrativa y todo menos triviales (o mundanas) lo habrán sido las palabras que la noticia de su muerte habrá merecido a Emmanuel Macron. De “un destino francés, le habrá calificado el primer mandatario galo, que habrá evocado también la indefinible soledad (sic) que deja de rastro su muerte, Y esto último da posiblemente la clave de explicación de la innegable conmoción –entre franceses, entre belgas- que deja tras de sí, como lo ilustra el gentío congregado en las ceremonias sn su honor en la capital francesa, a la altura de los Campo Elíseos.

“Come on twist again¡”, de cuando (como diría Umbral) el mundo reía, cuando aprendí a bailar, léase a bailar “moderno” –en los veraneos del Espinar, y con los "cuarenta principales" ¡oh España feliz de los sesenta! - una época la que yo y tantos otros asociamos fatalmente a Johnny Hallyday, a Johnny y -a no olvidar- a su joven (y primera) esposa Sylvie Vartan, icono erótico de la época aquella y de toda una nueva generación de españoles que fue la mía, y el que me demienta de mi misma edad no dice la verdad (a sabiendas. ¿Cantaba ella acaso mal, de poca voz? lo que quieran pero tan ” inmortal” como su marido que quedó inmortalizado (no poco) en el recuerdo gracias a ella. Por rubia (del frasco o no, creo que no) y por francesa, que no lo era. Y en Johnny había igualmente –como en ella- esa mezcla de verdad y de pega (en francés, “toc”) como lo pude comprobar o calibrar “in visu” una vez hace ya años cuando le vi de pura casualidad) irrumpir como un exhalación y pasar delante de mí en coche y a la velocidad del relámpago en Bruselas, saliendo de un hotel en frente de la estación Central, donde le esperaba un muchedumbre de fanes y curiosos y admiradoras, y que le vieron –en delirio- (y le vimos) surgir de pronto entre la masa para desaparecer de nuevo en un instante en lo hondo del deportivo que le esperaba, como un ñuñeco o un monigote y con los movimientos reflejos de un robot - que trajinaban unos cuantos a sus anchas, con su consentimiento.

Un guiñol, un brillant guiñol (sabiamente dirigido y robotizado), esa es la impresión que me dio. Que confirmaban otra bien anclada den mí, la de un puro producto de marketing o del show business marca USA (o democracia USA de importación, tras el 45) con eso de todos (sic) “llevamos algo dentro de Tennessee” -y esas cosas tan raras que cantaba-, y era por Tennessee Williams (¡de lo que me entero sólo ahora!) No es óbice que hiciera acto de presencia –a través de lo medios o a cuerpo limpio- en el mundo de su época. Con lo que combatió o contrarrestó (eficazmente) –por los medios su alcance- ese sentimiento indefinible de soledad al ue habrá (certeramente) aludido Emmanuel Macron: a que sus admiradores y admiradoras se sintieran menos solos, y cómo, tal y como lo viene a ilustrar lo solos-y solas- que a todas luces les deja ahora.

Una presencia amiga –y como de la familia- en “la tierra desierta” ( T. S.Eliot), y más aún, en los domingos/de/desolación de estos desiertos (urbanos de Europa. “Nada en el Domingo” escribió proféticamente Umbral y eso que hablaba de Madrid y no de Bruselas (…) Asociado aquél –lo quieran algunos reconocer o no- a una época dorada, la España de los sesenta –una España que reía, se diga lo que se diga ahora-, y compañero –en el anonimato- anónimo e inseparable de tantos de sus contemporáneos. Algo es algo y ese algo es mucho. Johnny Hallyday –y Sylvie Vartan (madre de su único hijo)-, o la España feliz de los sesenta –de mi infancia y adolescencia-, a la que en tiendo seguir siendo fiel, en mi memoria.

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